Hace
apenas seis días los vecinos de Paraje de Ivar y alrededores se han venido
quejando de una intensa ola de frío que baja de la Garganta del Mundo,
provocando heladas en los campos y más de una nevada que ha dejado el pueblo
incomunicado. “Si aquí hace este frío no le quiero contar lo que puede hacer
allá en la cima”, nos comenta Wilhelm, el posadero local, “los pobres Barbas
Grises deben estar tan congelados que seguro que se prenden las barbas para
entrar en calor”.
Ante
tal adversidad, el pueblo entero se ha refugiado en sus hogares a la espera del
cese del temporal, que parece no amainar.
Sin
embargo, la sorpresa del posadero fue máxima al ser visitado por un aventurero
completamente cubierto de hielo que, poco después, resultó ser el Dovahkiin en
persona, cliente habitual de la posada por sus continuas idas y venidas a Alto
Hrothgar. Tras preguntarle nuestro corresponsal acerca de sus intenciones en el
pueblo en aquella ocasión con semejante mal tiempo nos respondió: “Tengo que
subir leña y mantas a los Barbas Grises, que me dicen a voces que tienen frío…”,
y, al preguntarle si no podía hacerlo otra persona nos dijo: “No, ¿quién sería
digno? Si con esto del cuento del Sangre de Dragón tienen un criado a tiempo
completo, ¿no os lo dejé claro en la última entrevista? En fin, voy a recoger
provisiones y subiré otra vez…”, añadió, pesaroso.
A la
tarde siguiente, el héroe de Skyrim regresó a la Posada de Vilemyr tiritando de
frío y pidiendo a gritos una sopa caliente y un sitio junto al fuego: “El
viento casi me tira de la montaña, pero conseguí bajar a tiempo para no
congelarme”, pero sus síntomas de enfriamiento eran evidentes. Pese a la
insistencia de la gente del pueblo por que se quedase y se recuperase, el Dovahkiin
alegó tener que cumplir con sus obligaciones y se marchó de la localidad unas
horas después.
Al cabo de poco tiempo, informes
perturbadores llegaban a Riften, donde multitud de aldeanos se agolpaba ante
las puertas de la ciudad pidiendo auxilio frente a unos terribles vientos
huracanados procedentes del norte. Uno de los aldeanos afirmaba que “el viento
no era algo continuo, sino que eran como ráfagas violentas que aparecían y
desaparecían sin cesar, tan fuertes que una de ellas hizo que mi vaca saliera
despedida hasta el corral del vecino, ¡imagínese cómo se puso cuando le dije
que mi vaca se había colado en su parcela volando, casi me mata a palos llamándome
ladrón!”, aseguraba. Lentamente, noticias similares iban llegando a oídos de Laila
la Legisladora, jarl de la ciudad: informes sobre techos que salen despedidos,
cosechas enteras arrasadas, bosques de árboles completamente doblados o
arrancados, o incluso casos de personas que salían volando, como el de un niño
del que su madre cuenta entre sollozos: “apenas me despisté un segundo, sólo
fue entrar en casa para recoger unas cosas mientras mi hijo esperaba fuera y
cuando voy a salir viene una de estas ráfagas mortales ¡y veo que mi pequeño
sale despedido!”, las lágrimas eclipsan su relato mientras que su hijo pequeño,
a su lado, no deja de poner cara de emoción y pedirle a su madre: “¡haz que
sople otra vez! ¡Quiero volar otra vez! ¡Quiero volar, quiero volar!”, al
tiempo que movía los brazos como si fueran alas para desesperación de su
progenitora.
Este problema se agravó en las
inmediaciones de Carrera Blanca, en donde casos similares, o incluso peores,
llegaron a oídos de Balgruuf, en donde incluso varias chozas habían sido arrancadas
de sus cimientos para caer, increíblemente, en plena ciudad. “No me cabe duda
de que es una enorme molestia y un gran disgusto que los aldeanos vean cómo su
casa vuela por los aires”, comentaba, “pero es innegable que si continúan
<lloviéndonos> casas solucionaremos uno de los grandes problemas en
nuestra ciudad: la falta de viviendas para la gente que desea instalarse en
Carrera Blanca”, añadió, satisfecho.
Ante la negativa de Balgruuf a
buscar una solución, la jarl Laila se vio obligada a contratar mercenarios y a
enviar patrullas para intentar dar con el origen de estos vendavales.
Cuál fue la sorpresa de todos
cuando la única patrulla que regresó, aunque maltrecha, de las diez que se
mandaron traía consigo al propio Dovahkiin, extremadamente pálido y con un casco
que le cubría el rostro por completo. “Fue muy difícil reducirle”, informó el
capitán de la patrulla, cubierto por una extraña sustancia verde, “al principio
pensábamos que estaba atacándonos, pero luego nos avisó de que iba a
estornudar, y que nos apartásemos. Nos pareció una tontería, así que no le
hicimos caso. Fue un gran error por nuestra parte: salimos despedidos al
estornudar como sólo puede hacerlo un Dovahkiin, gritando, además de bañarnos,
literalmente, de moco…”, dijo, mostrando, al igual que todos los presentes, una
clara expresión de repugnancia al señalarse las ropas, momento en el que más de
una persona no pudo reprimir una arcada.
Al ser interrogado, el héroe daba
claras muestras de congestión al hablar: “Pued yo iba cabinando pod el cabpo
cuando be entdadon ganad de estodnudad, y cuando lo hice vi que be dalía un
gdito y yo…”, pero no pudo completar su versión de los hechos, ya que un
violento “¡Aaaa… Fus!” le cortó el diálogo, demostrando con hechos lo que le
había pasado sin necesidad de más palabras, destrozando por completo una de las
paredes de la sala del trono y enviando a más de diez nobles, así como a la
propia jarl, despedidos hacia atrás por la fuerza del grito, cubriéndolos de
paso, de repugnante mucosidad
Pese a todo, se decretó que el Sangre de Dragón descansase
hasta recuperarse en una de las celdas más profundas y resistentes que
encontrasen, al tiempo que cumplía condena por intento de asesinato de la
autoridad local y varios crímenes contra la salud pública y destrozo de bienes,
medidas que fueron recibidas con alivio por parte de la población mientras
intentaban rehacer sus vidas tras el paso del “huracán” provocado por un simple
resfriado.